Se cometería un gran error si no dedicáramos un mínimo de tiempo a plantearnos metas y objetivos en nuestras vidas, una pifia garrafal al subestimar su importancia. Ya sea por el hecho de que proponer e intentar alcanzarlas nos mantiene saludablemente activos o porque su ausencia haga de la vida un insípido trámite hasta pasar al otro barrio, el papel que desempeñan es del todo relevante.
Y hablando un poco de las ventajas en la proposición y consecución de metas, otra de ellas es la libertad con que podemos incluirlas en cualquier faceta de la vida: en lo laboral, la salud, el ocio, amor, familia, amistades… Podríamos señalar en cualquier dirección y proponer una, o incluso ¡muchas en distintas direcciones! A más azúcar, más dulce.
Llegados a este punto es menester indicar que abrazarnos a la esperanza de un fortuito alineamiento de los astros, un milagro divino o esperar que lluevan oportunidades del cielo es un acto de fe con poca (o más bien ninguna) probabilidad de cambiar nada y sacarte de donde estás. Parece ser que empezamos a verlo claro, ¡hay que tomar cartas en el asunto! Es hora de fijar un punto y dirigirnos a él, pero… ¿por dónde empezar? y ¿qué debo hacer? Lo vemos en cuatro pasos:
1º ) Contacta con tus verdaderas necesidades, (las tuyas, no las de los demás). Plantearse: «¿Qué me hace sentir realizad@?», «siempre he querido legar a…», «me gustaría cambiar esto…» o «¿con qué disfruto más que con nada?» puede darte alguna pista. Tómate tu tiempo y reflexiona hasta dar con lo que realmente te motiva, un sueño a cumplir. Del mismo modo, sé realista y no establezcas metas imposibles ya que no alcanzarlas puede ser algo frustrante.
2º ) Define y analiza. Una vez tengas claro hacia dónde te diriges, clasifica en objetivos a corto, medio y largo plazo, teniendo en cuenta todas la variables que intervienen: propias, externas, oportunidades y handycaps. Gracias al estudio llevado a cabo por Gabriele Oettingen (Universidad de Pennsylvania) tenemos la evidencia de alcanzar un mayor éxito en nuestros propósitos siempre que tengamos tan en cuenta los beneficios como los obstáculos y las consecuencias derivadas de ellos.
3º ) Acota tareas y sitúalas en el tiempo. Siempre será más que interesante tener apuntado en algún tipo de soporte (en un folio, ordenador, un diario, post-it, en el móvil, etc.) todo el proceso a modo de esquema, además de concretar detalladamente la tareas a realizar, poniéndoles fecha de caducidad en una agenda. Lo que buscamos es ir motivándonos constantemente a base superar pequeños objetivos y que su suma nos lleve a un logro aún mayor.
4º ) ¡Ponte en marcha! Una vez ya está todo claro, con una actitud positiva y perseverante sólo queda ponerse a la faena. No hay excusas y no vale posponer, el movimiento se demuestra andando. Verás como progresivamente el esfuerzo dará sus frutos y éstos alimentarán tu motivación para seguir adelante.
Para ir concluyendo quisiera destacar de nuevo que lo realmente importante no es llegar a la meta si no disfrutar del recorrido. La sensación de superación y autocontrol experimentados a lo largo del camino nos llevará a un estado de plenitud garantizado.
Como traca final, añadir ocho consejillos que van a ir de perlas y son aplicables en cada uno de los pasos del establecimiento/consecución de metas y objetivos. ¡A por ellos!
– Paciencia. No hay otra ciencia.
– Flexibilidad. Adaptándote a lo que venga.
– Permítete cometer errores. Son oportunidades de las que aprender.
– Disciplina. Sigue tus propias normas, una agenda no estaría de más.
– Constancia. Evitar el posponer, sin dejar para mañana lo que puedas hacer hoy.
– Motívate a ti mism@. Utiliza alguna frase o visualiza una imagen que te dé fuerzas para seguir adelante.
– Comenta tu avances. No te los guardes, compártelos con gente de tu entorno y siéntete orgullos@.
– Da lo mejor de ti. Porque tú lo vales.