Cuando se habla de aprendizaje es habitual asociarlo a la infancia, educación preescolar, contenidos propios del colegio, instituto o cualquier tipo de formación. Pero sin duda, el aprendizaje es un proceso que va más allá de un mero expediente académico, es algo que transciende la aulas. ¿Y qué es la vida sino un aprendizaje continuo? A cada nuevo despertar  se abre un abanico de ocasiones para aprender, cada experiencia «buena» o «mala» aporta información a nuestro archivo personal, cada respiración que tomamos; una invitación para darnos cuenta de cómo nos sentimos y de quienes somos.

Hablo de aprender y aprehender, de esa curiosidad insaciable por todo cuanto nos rodea, de no dar nada por sentado y de investigar tanto dentro como fuera de nosotros.  Oportunidades que simplemente ocurren, a las que podemos atender o ignorar, la elección es y será siempre nuestra. Puede que haya quien decida ignorarlas. Seres omniscientes que viven con esa certeza  de «estar de vuelta de todo», incapaces de cuestionarse nada a sí mismos, los que se pasean por la vida mirando a los demás por encima del hombro. ¿Suena de algo? Tal vez nos recuerde a alguien conocido. Incluso puede que suene tan sumamente familiar que llegue a recordarnos a nosotros mismos en algún momento de nuestras vidas, una situación en la que te comportas como un auténtico sabelotodo. ¡Eso es! El hecho de tomar conciencia sobre aquel momento que viviste de tal manera no es más que otra enseñanza de la que aprender y que se acaba de revelar en este preciso instante. Ahora nos conocemos un poco más.

La vida no para de sorprendernos brindándonos todo tipo de experiencias, abrámonos a ellas con humildad y curiosidad, evolucionando conscientemente. Por supuesto tropezaremos repetidas veces con la misma piedra y en cada caída se mostrará una nueva lección. De eso se trata.